Uno siempre trata de ponerse en el lugar del otro. Pero empiezo a pensar que la empatía es la mentira más grande que existe. Al menos, mientras dure este trabajo.
"Uy, pobre señor, compró algo carísimo en Miami y se le rompió rapidísimo! pobre, claro, el envío tiene que llegar lo antes posible, se lo tienen que cambiar! qué injusto todo, pobre."
Este mismo señor llegó, se acercó al mostrador, escuchó mi "Buenas tardes, caballero, dígame...". Revoleó el *algo carísimo* sobre la balanza sin decir nada y me miró. Lo miré fijo, esperando una palabra cualquiera. No sucedió. Le entregué los formularios que tenía que completar y por fin confirmé que no era mudo: "No, nena, completámelo vos que tengo el auto mal estacionado y pasa la grúa."
Le contesté que no podía, que debía completarlo él mismo y se ofuscó.
Le dije cuánto le saldría y de pronto fue todo muy ruidoso. Él pidiéndome que le haga un descuento porque lo partía al medio con el precio, cada tanto corriendo a la puerta para verificar que no se lleven su auto importado, diciéndome que le tome el pago en cuotas sin interés, hablándome de cómo el mismo envío le salió mucho menos la vez que lo hizo en Europa o en Estados Unidos.
Yo, adentro mío, diciéndole lo mal tipo que me parecía, lo mucho que había viajado y lo poco que había aprendido. Él creía que yo lo tenía que servir, completar sus papeles, conseguirle un descuento, tratarlo de usted y agradecerle la visita. El no pudo decir ni buen día. El no pudo APOYAR su envío sobre la balanza. No pudo pedirme "por favor" que le complete todo.
Hoy me fui con ganas de llorar. No porque me haya sensibilizado mucho esta escena, sino por estar creyendo que la empatía es la mentira más grande que existe. La mentira que implica que uno, como imbécil, tiene que ponerse siempre en lugar del otro. Lo cuál implica -al mismo tiempo- que el otro jamás, pero jamás, estará en nuestro lugar.