viernes, 13 de abril de 2012

Una escena así, todos los días.

Uno siempre trata de ponerse en el lugar del otro. Pero empiezo a pensar que la empatía es la mentira más grande que existe. Al menos, mientras dure este trabajo.

"Uy, pobre señor, compró algo carísimo en Miami y se le rompió rapidísimo! pobre, claro, el envío tiene que llegar lo antes posible, se lo tienen que cambiar! qué injusto todo, pobre."
Este mismo señor llegó, se acercó al mostrador, escuchó mi "Buenas tardes, caballero, dígame...". Revoleó el *algo carísimo* sobre la balanza sin decir nada y me miró. Lo miré fijo, esperando una palabra cualquiera. No sucedió. Le entregué los formularios que tenía que completar y por fin confirmé que no era mudo: "No, nena, completámelo vos que tengo el auto mal estacionado y pasa la grúa."

Le hubiese dicho hijo de puta, quién se cree que es para tratarme así, salga de acá inmediatamente que no soy su esclavita, y llévese su porquería de acá que poco me importa lo que mierda le haya pasado.

Le contesté que no podía, que debía completarlo él mismo y se ofuscó.
Le dije cuánto le saldría y de pronto fue todo muy ruidoso. Él pidiéndome que le haga un descuento porque lo partía al medio con el precio, cada tanto corriendo a la puerta para verificar que no se lleven su auto importado, diciéndome que le tome el pago en cuotas sin interés, hablándome de cómo el mismo envío le salió mucho menos la vez que lo hizo en Europa o en Estados Unidos.

Yo, adentro mío, diciéndole lo mal tipo que me parecía, lo mucho que había viajado y lo poco que había aprendido. Él creía que yo lo tenía que servir, completar sus papeles, conseguirle un descuento, tratarlo de usted y agradecerle la visita. El no pudo decir ni buen día. El no pudo APOYAR su envío sobre la balanza. No pudo pedirme "por favor" que le complete todo.

Hoy me fui con ganas de llorar. No porque me haya sensibilizado mucho esta escena, sino por estar creyendo que la empatía es la mentira más grande que existe. La mentira que implica que uno, como imbécil, tiene que ponerse siempre en lugar del otro. Lo cuál implica -al mismo tiempo- que el otro jamás, pero jamás, estará en nuestro lugar.

domingo, 8 de abril de 2012

48 horas hábiles.

Trabajé en Call Centers. Trabajé en un instituto de enseñanza rápida de inglés. Fui desocupada. Volví a otro Call Center.

De pronto, la luz. Me salvé. Con este trabajo la pego. ¿Qué puede ser peor que un call center? Nada. Claramente. Nada en absoluto. Y, encima, me pagan. 

Trabajo en un correo. Privado. Sí, los que conocen de fonts, saben que elegí "courier" para los textos. Courier, claro, porque sí, porque trabajo en un courier.

Si me hubiese sacado una foto por día desde que trabajo ahí, ahora tendríamos el registro gráfico de cómo una persona (una chica, una jóven en este caso) puede ir convirtiéndose en un total desastre.

Más ojeras, ceño fruncido, ojos colorados, labios apretados.

Es un gesto que no se pierde nunca, y es que desde que uno le agarra la dinámica al trabajo, no puede desacelerarse nunca más. Nunca más. Hay que correr para todo. Para llegar al trabajo, para armar las bolsas, para procesar los paquetes, para evitar que se acumulen clientes, para colocar cada paquete en la bolsa que lo llevará al destino correcto, para revisar que cada paquete esté en la bolsa que lo llevará a destino correcto, para revisar una vez más lo mismo, para marcar que cada paquete ya está en su bolsa, para marcar que cada bolsa ya está en su ruta, para marcar que cada ruta ya está camino al aeropuerto, para marcar que ya se terminó la jornada laboral, para llegar justo al colectivo y no perder ni un minuto más cerca del trabajo, para llegar a casa y descalzarse y prepararse algo de comer y tener un rato libre. Sí, uno corre hasta para tener un rato libre. Pero, lo peor: uno corre DURANTE sus ratos libres porque sí, porque vive acelerado y no puede parar.

Este blog busca ser una forma de catarsis para tratar de desacelerarme. Y para mostrar cómo es el día a día del trato con una persona que pone en manos de una total desconocida sus documentos más preciados, sus títulos o el regalo de cumpleaños del nieto que hace 5 años que no ve. Y, claro, que la responsabilidad de que todo salga bien es siempre de uno. De uno, que se desprende del paquete correctamente esa misma noche. Lo trágico es que, si algo falla, la culpa también será siempre de uno.


La tarea es sencilla. La responsabilidad es mucha. El efecto sobre el ánimo...es este blog.